sábado, 20 de octubre de 2018

Réquiem por el rock progresivo


No es con poca nostalgia que me decido a escribir unas líneas sobre el rock progresivo, que quizá no tenga mucho que ver con Suecia, pero sí conmigo y mis pensamientos en este país donde vivo. A principios de los años setenta, el rock progresivo, o rock sinfónico, era la música más interesante que se producía en Occidente. Ahí estaban los buenos músicos, ahí estaba la experimentación, ahí estaban el mellotron y los sintetizadores, la flauta, y la guitarra acústica en combinación con la eléctrica. No eran cancioncitas de 3 minutos y medio, sino obras que a veces llenaban un lado entero de un disco de larga duración. La mayoría de los músicos que se dedicaban al rock progresivo eran verdaderos virtuosos y muchos habían estudiado música clásica. Cuando un músico clásico se decide a hacer rock, tiene todos mis respetos, como también lo tienen los roqueros que incursionan en la música clásica.

En el país donde nací y crecí en Latinoamérica solía escuchar a Emerson, Lake & Palmer, Yes, Jethro Tull, Genesis y, por supuesto, Pink Floyd. Este último grupo encontró la fórmula para llegar al gran público y mantenerse mucho tiempo en la popularidad. El álbum "The Dark Side of the Moon" era conocido por muchos jóvenes de mi generación y para mí es quizá el mejor disco de rock que se ha hecho. Pero a Pink Floyd no le bastó con eso, sino que a finales de los setenta lanzaron el doble "The Wall". Por su parte, Genesis sufrió una verdadera transformación cuando Peter Gabriel abandonó el grupo. Muchos pensaron que ese era el fin de la agrupación. Pero no, sucede que tenían un baterista que era más que eso. Con Phil Collins en los tambores y el micrófono hicieron un par de buenos discos, antes de que él se convirtiera en cantante romántico. Los otros grupos británicos de rock progresivo mantuvieron su estilo, pero el gusto musical del público empezó a cambiar.

Ya estando en Suecia, en los años ochenta, compré discos de todos esos grupos que conocía muy bien y aumenté mi bodega de rock progresivo con King Crimson, Focus y otros menos conocidos. A esas alturas ya me había dado cuenta de que me estaba quedando solo con mis gustos musicales, porque mis amigos de juventud estaban en otro continente, aunque de vez en cuando me topaba con alguien que sí sabía de lo que estaba hablando. Además, pasé por un largo periodo donde me sentí súper latinoamericano y casi solo escuchaba música en español. Primero era música folclórica y de protesta, pero después entró también la salsa y la demás música tropical. Hace unos años me cansé un poquito de todo eso y volví a interesarme por el rock. Por supuesto, aún escucho mucha música en español, como también árabe, africana, jazz y otros géneros. Por suerte, todo eso lo puedo conseguir aquí.

Cuando se murió Richard Wright, el tecladista de Pink Floyd, me sorprendió que nadie se enteró de la noticia por acá. Y yo no tenía ni con quien comentarlo, porque ¿quién de la gente que yo veía aquí sabía quién era Richard Wright? Después se suicidó Keith Emerson, y el silencio fue similar. De todos los conocedores de música que escriben en las páginas culturales de los periódicos de Suecia, a ninguno se le ocurrió escribir algún artículo sobre la vida y la obra de este pianista y tecladista que comenzó tocando música de Bach y llegó a ser un gigante del rock en los años setenta con el legendario Emerson, Lake & Palmer.

Así es que parece que las estrellas del cielo del rock progresivo se van a ir apagando sin mucho ruido. Cuando se muera el mago de los teclados Rick Wakeman o el cantante con voz de ángel Jon Anderson, del grupo Yes, o Ian Anderson, el alma de Jethro Tull, me tocará servirme un whisky doble, poner alguno de sus mejores discos a buen volumen y brindar por la eterna memoria de uno de los géneros musicales que más han significado para mí.