Una de las cosas que distinguen a Suecia es el transporte colectivo. Seguramente hay países que tienen un sistema parecido, como tal vez Holanda, Alemania o Noruega, que se asemejan en muchos aspectos, o a lo mejor Japón, Canadá u otro país desarrollado fuera de Europa. Pero yo suelo comparar a Suecia sobre todo con los países que conozco en Latinoamérica, pues no puedo evitar soñar con el desarrollo de esa región de donde soy. Y al hablar de "desarrollo" no me refiero, por supuesto, a grandes centros comerciales, autopistas y vehículos, sino a lo que hace que una sociedad sea más democrática y permita una mejor calidad de vida para todos.
Nací y crecí en un país de Centroamérica donde es común ver gente colgada afuera de un autobús en marcha. Antes yo veía eso como normal, pues ignoraba cómo podía ser en otros países; pero ahora no me parece nada normal ni pintoresco, sino un abuso contra la gente, que sin el apoyo de las autoridades no puede hacer otra cosa que aceptar su situación.
Pienso en eso del transporte colectivo casi a diario, cuando me dirijo al trabajo por la mañana, desde un barrio común y corriente en las afueras de la ciudad de Gotemburgo. Tomo un autobús que para justo enfrente del edificio donde vivo. Desde la ventana puedo ver cómo algunos usuarios siempre salen a la parada momentos antes de que el autobús llegue, gracias a que pueden ver en el teléfono cuántos minutos le faltan para llegar. Otros no miran en el teléfono, pero en la parada hay una tabla electrónica que muestra esa misma información.
Dependiendo de la prisa que tenga, puedo entonces decidir si me conviene esperar, o bien caminar hasta otra parada. Pero hay ocasiones en que espontáneamente maldigo al autobús, porque no viene ya, sino dentro de diez minutos. Entonces me sirve recordar las veces que me ha tocado esperar un autobús en otro país, sin ninguna información sobre cuándo llegará, a veces durante mucho tiempo, y sin ninguna garantía de que pare si viene repleto de gente.
En Gotemburgo uno se sube al autobús por cualquiera de las puertas, pues se supone que tiene una tarjeta para viajar. La persona que conduce no vende boletos, así es que es cosa del pasajero si decide viajar sin pagar. No obstante, de vez en cuando pasan unos controladores revisando que todos tengan su boleto, como he escrito en otra entrada (2016-03-09). Algo que vale la pena mencionar es que en Suecia tanto hombres como mujeres conducen autobuses, metros y tranvías. Me parece importante decirlo para que se entienda de qué tipo de sociedad estoy hablando, pues no recuerdo haber visto una mujer conduciendo un autobús en la mayoría de países donde he estado.
Un detalle fundamental del recorrido es que los autobuses y los tranvías se desplazan en muchos tramos por carriles especiales para ellos. Eso significa que en ciertos trayectos un autobús o tranvía va siempre detrás del otro, sin posibilidad de rebasar. Si yo veo que el que me lleva hasta la universidad viene detrás, simplemente me bajo en una parada y lo abordo. Porque sé que parará. Y sé que no puede pasarle encima al vehículo donde voy yo.
Ahí es donde siempre recuerdo las irresponsables carreras que hacen los autobuses en otros países, debido a que se van peleando los clientes, lo cual muchas veces provoca graves accidentes. Aquí no. Aquí todos los autobuses y los tranvías son de la misma empresa, por lo que no importa en cuál uno se suba. Cuando he comprado la tarjeta, he pagado de antemano para subirme en todos. Y eso hace también que los conductores den un buen servicio. Esperan pacientemente a que se suba la madre con el coche del bebé, el anciano que arrastra los pies apoyado de su andadera, los 10 o 15 niños de la guardería, el hombre en silla de ruedas y todos los demás.
Otra cosa es que en Gotemburgo las personas mayores de 65 años viajan gratis. Por supuesto, la empresa no pierde, pues el Municipio le paga para que pueda brindar ese servicio. Y el dinero del Municipio viene de los impuestos que todos pagamos.
Fuente: Västtrafik.
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